Por. Ing. Edgar Caraballo

La función de un presidente en relación a su partido político es servir como el líder principal y representante de los valores, objetivos y plataforma política del partido. El presidente es, en esencia, el estandarte de la visión y la agenda del partido ante el público y el gobierno. Sin embargo, es crucial que esta representación no se convierta en una usurpación de la institucionalidad del partido, y aquí es donde entra en juego la temporalidad del cargo presidencial.

Un presidente es un funcionario electo por un período de tiempo limitado, generalmente establecido por la constitución o las leyes del país. Su mandato está destinado a ser temporal y, en última instancia, subordinado a la estructura partidaria. Algunos textos como “The Perils of Presidentialism” de Juan J. Linz han señalado que cuando un presidente utiliza su posición para debilitar o eludir la estructura del partido, puede crear paralelismos y desviarse de la cadena de mando, lo que puede ser perjudicial para la estabilidad democrática.

La razón por la que un presidente nunca debe sustituir la institucionalidad del partido es que esto socava la democracia y la representación política. Los partidos políticos son fundamentales para el funcionamiento de una democracia, ya que representan una variedad de intereses y puntos de vista en la sociedad. Si un presidente actúa como si estuviera por encima de su partido y utiliza su posición para debilitar las estructuras partidarias, socava la base misma de la representación democrática y puede llevar a un desequilibrio de poder.

Por lo tanto, la temporalidad del cargo presidencial subraya la importancia de que los presidentes actúen como instrumentos temporales de sus partidos y respeten la institucionalidad partidaria, lo que contribuye a mantener un equilibrio saludable en el sistema político y preserva la integridad democrática.