Existe un aparente compromiso por parte de las autoridades turísticas y municipales para enfrentar los arrabales que, históricamente, han afectado los entornos en distintos puntos de la República Dominicana.
Pudiéramos decir que ese compromiso se materializa en trabajos urbanísticos y de organización que se llevan a cabo, por ejemplo, en la muy transitada avenida Juan Pablo Duarte, en la capital, amada por muchos.
Allí han sido concluidos los trabajos de la segunda etapa del programa de remozamiento, financiado por la fundación Acción, Emprende y Transforma, que preside el hoy ministro de Turismo, David Collado.
Estos trabajos incluyen la habilitación del sistema eléctrico soterrado, luces led, un nuevo sistema de drenaje pluvial y sanitario, estaciones de mobiliario urbano, estaciones de módulos de locales de venta, entre otras acciones para el embellecimiento y la funcionalidad.
Es una gran obra que, además de brindar armonía y embellecer los espacios, abre la esperanza de que residentes en la ciudad de Santo Domingo y otras localidades también importantes, encuentren sosiego y paz en sus calles y avenidas. ¡Y eso es fantástico!
Lo penoso es que la arrabalización, el irrespeto y las inconductas ciudadanas, a veces estimuladas por las propias autoridades, parecen convivir con los habitantes en estos tres cuartos de isla.
Se requiere vigilancia y observancia. Las autoridades tienen el reto de lograr lo que pocas veces hemos tenido en el país, en materia de reordenamiento urbano: la sostenibilidad, la permanencia y el involucramiento de los propios ciudadanos con los proyectos.
Ojalá que todo el esfuerzo realizado y lo que se ha logrado con la avenida Duarte, en la capital, pudiera mantenerse y extenderse por todo el país, para que nuestros descendientes, y parientes, puedan disfrutar de la belleza de una ciudad limpia y ordenada.
La recuperación de la avenida Duarte, pendiente de una tercera etapa que está en curso, pudiera constituirse en estímulo para que las autoridades municipales de cualquier lugar se aboquen a organizar sus espacios con sentido de ornato, higiene y belleza.
Lograrlo no es fácil, es verdad, porque, además de lo viejo y enquistado que está el problema de la arrabalización en la sociedad, parece ser también un tema de cultura.
Cocinar y beber en las calles, lanzar todo tipo de desperdicios, colocar trapos en cualquier lugar, aunque sea una efigie histórica y venerable; obstaculizar vías de acceso, sentarse a lavar en la acera, colocar un cordel para el tendido de ropa en el lugar más llamativo posible y apropiarse de todos los espacios de uso público, es parte del día a día de algunas gentes.
Cuando el presidente Luis Abinader, el ministro de Turismo, David Collado y la alcaldesa del Distrito Nacional, Carolina Mejía, junto a otras personalidades de los sectores públicos y privado, cortaban la cinta inaugural de la segunda etapa del proyecto de remodelación urbanístico de la “Duarte con París”, surgieron algunas preguntas:
¿Hasta cuando se mantendrá el orden, la organización y la limpieza? ¿Cuándo las autoridades municipales velarán en forma sistemática por el ordenamiento en calles, barrios y residenciales? Y, la inquietud más preocupante: ¿Cuándo comenzaremos a comportarnos como ciudadanos responsables y comprometidos? Digamos: “No, al arrabal”.