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MEDIOAMBIENTE Y RECURSOS NATURALES EN LA REPÚBLICA DOMINICANA TRAS LA LLEGADA A LA ISLA DE SANTO DOMINGO DEL ALMIRANTE CRISTÓBAL COLÓN EN 1492

ByLa Redacción

Oct 11, 2022
Por. Juan De La Cruz

La llegada del navegante Cristóbal Colón y sus acompañantes a la Isla de Santo Domingo el 5 de diciembre de 1492 tuvo un impacto negativo muy profundo en el uso y conservación de los recursos naturales, el medio ambiente y los acuíferos encontrados, debido a la depredación incesante del entorno y a la explotación inmisericorde de sus habitantes originarios desarrollada por ellos.

Al llegar a estas tierras Colón quedó maravillado con la belleza de la Isla, su exuberante vegetación, sus múltiples cuencas hidrográficas y la forma natural en que vivía su gente, lo que le lleva a definirla como una especie de paraíso terrenal en su carta del 15 de febrero de 1493 al tesorero de la Reina Isabel I de Castilla, el judío cristianizado Luis de Santangel, quien había aportado un millón de maravedíes al Proyecto del Almirante en su Primer Viaje:

“La Española es maravilla: las sierras y las montañas, las vegas y las campiñas y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganado de todas las suertes y para edificar villas y lugares. Los puertos de la mar, aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes y buenas aguas, los más de los cuales traen oro. En los árboles y frutos y yerbas hay grandes diferencias de aquellos de la de Juana (Cuba, JC): en esta hay muchas especias y grandes minas de oro y de otros metales. La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado, habido o no haya habido noticias, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de yerba o una cosa de algodón para que ello hacen” (Colón, 1988: 232-233).

De igual modo, en carta enviada al Cabildo de Sevilla a finales de 1493 por parte del Doctor Diego Álvarez Chanca -quien fue enviado por los Reyes Católicos a acompañar a Cristóbal Colón-, da un panorama extenso del medio ambiente y los recursos naturales que había en la Isla de La Española por aquella época:

“Desde que llegamos a esta Española, por el comienzo de ella era tierra baja y muy llana, del conocimiento de la cual estaban todos dudosos si fuese la que es, porque aquella parte ni el Almirante ni los otros que con él vinieron habían visto, y aquella como es grande es nombrada por provincias, y a esta parte que primero llegamos llaman Haytí, y luego a la otra provincia junta con ésta llaman Xamaná, y a la otra Bohío, en la cual ahora estamos; así hay en ellas muchas provincias porque es gran cosa, porque según afirman lo que la han visto por la costa de largo, dicen que habrá 200 leguas: a mí me parece que a lo menos habrá 150; del ancho de ella hasta ahora no se sabe; allá ha ido hace cuarenta días a rodearla una carabela, la cual no ha venido hasta hoy.

Es tierra muy singular, donde hay infinitos ríos y sierras grandes y valles grandes rasos, grandes montañas: supongo que nunca se secan las yerbas todo el año. No creo que hay invierno ninguno en ésta ni en las otras, porque por Navidad se hallan muchos nidos de ave, de ellas con pájaros y de ellas con huevos. En ella ni en las otras nunca se ha visto animal de cuatro pies, salvo algunos perros de todos colores, como en nuestra patria, la hechura como unos bosques grandes; animales salvajes no hay.

Asimismo, hay un animal de color de conejo y de su pelo, el tamaño de un conejo nuevo, el rabo largo, los pies y manos como un ratón, suben por los árboles, muchos los han comido y dicen que es muy bueno de comer; hay muchas culebras, aunque no son grandes; lagartos, aunque no muchos, porque los indios hacen tantas fiestas con ellos como haríamos allá con los faisanes; son del tamaño de los de allá, salvo que en la hechura son diferentes, aunque en una isleta pequeña, que está junto con el puerto que llaman Monte Cristi, donde estuvimos muchos días, vieron muchos un lagarto y muy grande que decían que sería de la gordura de un becerro, y es tan correcto como una lanza, y muchas veces salieron a matarlo y con la mucha espesura se metían en la mar, de manera que no se pudo atrapar.

 Hay en esta isla y en las otras infinitas aves de las de nuestra patria y otras muchas que allá nunca se vieron: de las aves domésticas nunca se ha visto acá ninguna, salvo en la Zuruquia había en las casas unos patos, los más de ellos blancos como las nieves y algunos de ellos negros, muy lindos, con cretas rasas, mayores que los de allá, pero menores que los gansos.

Por las costas de esta isla corrimos al pie de 100 leguas, porque hasta donde el Almirante había dejado la gente, habría en este compás, que será en el centro o mitad de la isla. Andando por la provincia de la llamada Xamaná parados echamos en tierra uno de los indios que el otro viaje había llevado vestidos y con algunas cosillas que el Almirante le había mandado dar…

Salieron a la barca en llegando a tierra muchos indios, de los cuales algunos traían oro al cuello y a las orejas; querían venir con los cristianos a los navíos y no los quisieron traer, porque no llevaban licencia del Almirante; los cuales desde que vieron que no los querían traer se metieron dos de ellos en una canoa pequeña y se vinieron a una carabela de las que se habían acercado a tierra, en la cual los recibieron con su amor, trajéronlos a la nave del Almirante y dijeron, mediante un intérprete, que un rey fulano los enviaba a saber qué gente éramos, y a rogar que quisiéramos llegar a tierra porque tenían mucho oro y le darían de ello y de lo que tenían de comer: el Almirante les mandó dar sendas camisas y sombreros y otras cosillas, y les dijo que porque iba a donde estaba Guacanagarix no se podría detener, que otro tiempo habría que le pudiese ver y con él se fueron” (Colón, 1988:  264-266).

El cronista Gonzalo Fernando de Oviedo también nos habla de las características que poseía la Isla de Santo Domingo, bautizada por Colón como La Española, a principios del siglo XVI, en los siguientes términos:

“La Isla Española tiene de longitud, desde la Punta de Higüey hasta el cabo del Tiburón, más de cientos cincuenta leguas, y de latitud, desde la costa o playa de Navidad, que es al norte, hasta el cabo de Lobos, que es de la banda del sur, cincuenta leguas. Está la propia ciudad en diez y nueve grados a la parte del mediodía. Hay en esta muy hermosos ríos y fuentes, y algunos de ellos muy caudalosos, así como el del Ozama, que es el que entra en la mar, en la ciudad de Santo Domingo; y otro, que se llama Reiva, que pasa cerca de la villa de San Juan de la Maguana, y otro que se dice Batibónico, y otro que se dice Bayna, y otro Nizao, y otros menores, que no quiero expresar.

Hay en esta isla un lago que comienza a dos leguas de la mar, cerca de la villa de la Yaguana, que dura quince leguas o más hacia el Oriente, y en algunas partes es ancho, una, y dos, y tres leguas, y en las otras partes todas es más angosto mucho, y es salado la mayor parte de él, y en algunas es dulce, en especial donde entran en él algunos ríos y afluentes. Pero la verdad es que es ojo de mar, la cual está muy cerca de él, y hay muchos pescados de diversas maneras en el dicho lago, en especial grandes tiburones, que de la mar entran en él por debajo de tierra, o por aquel lugar o partes que por debajo de ella la mar espira y procrea el dicho lago, y esto es la mayor opinión de los que el dicho lago han visto.

 Aquella Isla fue muy poblada de indios, y hubo en ella dos reyes grandes, que fueron Caonabo y Guarionex, y después sucedió en el señorío Anacaona. Pero porque tampoco quiero decir la manera de la conquista, ni la causa de haberse apocado los indios, por no detenerme ni decir lo que larga y verdaderamente tengo en otra parte escrito, y porque no es esto de lo que he de tratar, sino de otras particularidades de que vuestra majestad no debe tener tanta noticia, o se le pueden haber olvidado, resolviéndome en lo que de aquella isla aquí pensé decir, digo que los indios que al presente hay son pocos, y los cristianos no son tantos cuantos debería haber, por causa de que muchos de los que en aquella isla había se han pasado a las otras islas y Tierra Firme…” (Fernández de Oviedo, 1950: 83-85).

Esa situación comenzó a cambiar en el momento mismo en que los españoles iniciaron el proceso de conquista, sojuzgamiento, colonización y explotación de los habitantes nativos -hasta lograr su extinción en tan sólo 50 años-, y de los recursos naturales que había en la isla, rompiendo así el equilibrio existente entre la biodiversidad natural y el ser humano.

Ya para el 12 de diciembre de 1492, el Almirante había llegado a la parte norte de la Isla, a lo que hoy se llama Cabo Haitiano, bautizado por él como Cabo de La Concepción, donde estaba ubicado el asiento del cacique Guacanagarix del cacicazgo de Marién. Allí toma posesión de la Isla y la denomina con el nombre de La Española.

El propósito principal del viaje de Colón era la obtención de oro, razón por la cual envió varias comisiones a explorar el entorno para adquirir informaciones que le condujeran a los lugares donde se pudiese encontrar el preciado metal. Sus primeras indagatorias en la parte Noroccidental fueron infructuosas, ya que lo obtenido fue insignificante con respecto a sus expectativas. Así lo pone de manifiesto el cronista Fernández de Oviedo (1851: 25), cuando expresa:

“Tornando á la historia, llegado pues el almirante á la isla de Cuba donde he dicho saltó en tierra con algunos chripstianos y preguntaba á los indios por Cipango y ellos por señas le respondian y señalaban que era esta isla de Hayti que agora llamamos Española E creyendo los indios que el almirante no acertaba el nombre decian ellos Cibao Cibao pensando que por deçir Cibao deçia Cipango porque Cibao es donde en esta isla Española están las minas más ricas y de más fino oro”.

El 25 de diciembre Colón construye el Fuerte de La Navidad, tras estrellarse su nave Santa María contra un arrecife coralino en las tierras del cacicazgo de Marién, que dirigía el gran cacique Guacanagarix, próximo a la ciudad que actualmente recibe el nombre de Cabo Haitiano. Esto le obliga a dejar 38 de sus hombres para que continuaran las exploraciones del territorio y aprendieran el idioma nativo, mientras él volvía a España a informar de sus hallazgos a los Reyes Católicos. Antes de partir tomó muestras de todo lo encontrado a su paso para impresionar a los monarcas, logrando enteramente su objetivo. En los siguientes términos, Fernández de Oviedo (1851: 25-26) narra lo ocurrido con la nao capitana Santa María, que también recibía el nombre de la Gallega:

“E assi el almirante con las tres caravelas guiado por los indios de los quales algunos de su grado se entraron en los navios se embarcó en aquel puerto de Baracoa de Cuba é vino á esta isla de Hayti que agora llamamos Española y de la parte ó banda del norte surgió en un muy buen puerto é llamóle Puerto Real. Y á la entrada dél tocó en tierra la nao capitana llamada la Gallega é abrióse, pero no peligró ningun hombre antes muchos pensaron que mañosamente la avian hecho tocar para dexar en la tierra parte de la gente como quedó.

 E allí salió el almirante con toda su gente é luego vinieron á habla é conversacion con los chripstianos muchos indios de paz de aquella tierra la qual era del señorio del rey Guacanagari que los indios llaman cacique assi como los chripstianos decimos rey con el qual se trató luego la paz é amistad. Y él vino á ella muy de grado y se vido con el almirante y los chripstianos muy domésticamente é muy contínuo y se le dieron algunas cosas de poco valor entre los chripstianos pero de los indios muy estimadas assi como cascabeles alfileres agujas é algunas cuentas de vidro de diversas colores lo qual el caçique é sus indios con mucha admiracion contemplando mostraban apreciarlo y estimar y holgaban mucho de que algo assi se les daba y ellos traian á los chripstianos de sus manjares é cosas que tenian.

Viendo el almirante que aquesta gente era tan doméstica paresçióle que seguramente podria dexar allí algunos chripstianos para que en tanto que él volvia á España aprendiessen la lengua é costumbres desta tierra. E fiço hacer un castillo quadrado á mauera de palenque con la madera de la caravela capitana ó Gallega que es dicho que tocó al entrar del puerto é con faxina é tierra lo mejor que se pudo fabricar en la costa á par del puerto é arraçifes dél en un arenal E dió órden el almirante á treynta é ocho hombres que allí mandó quedar de lo que avian de hacer en tanto que él llevaba tan prósperas nuevas de su descubrimiento á los Reyes Cathólicos é tornabal con muchas mercedes para todos ofresçiéndoles complidos galardones á los que assi quedaban Y nombró entre aquellos por capitan á un hidalgo llamado Rodrigo de Arana natural de Córdoba é mandóles que le obedesçiessen como á su persona”.

En 1493 regresa a la isla que había bautizado como La Española con más 1,500 hombres y todo tipo de animales domésticos, plántulas y semillas de frutos que se cultivaban en España y en las Islas Canarias. Al llegar al Fuerte de La Navidad, encontró que el mismo había sido destruido y quemado por los aborígenes del cacique Caonabo y que todos sus compañeros habían sido aniquilados.

Al encontrar este panorama desolador y comprobar que Guacanagarix no tenía responsabilidad en el hecho, decide avanzar hacia el este de la Isla y en la desembocadura del río Bajabonico estableció la primera villa europea en América, designándola bajo el nombre de La Isabela en honor a la reina Isabel de Castilla, garantizando así la seguridad del oro que le habían informado existía en el Cibao (que Colón creía se trataba de Cipango, hoy Japón).

La obsesión que tenía el almirante Cristóbal Colón con el oro era tal que, al tiempo de destacar las riquezas inmensas que había en las Indias Occidentales o el Nuevo Continente (posteriormente bautizado con el nombre de América), llegó hasta a proferir blasfemias contra las ánimas o almas del Paraíso:

“Cuando yo descubrí las Indias, dije que eran el mayor señorío rico que hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras preciosas, especerías, con los tratos y ferias, y porque no apareció todo muy rápido fui escandalizado. Este castigo me hace ahora que no diga salvo lo que yo oigo de naturales de la tierra… El oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas del Paraíso” (Cristóbal Colón, 1988:339-340).

 Con el propósito de verificar las informaciones que tenía de que el Cibao había mucho oro, envió a los misioneros Alonso de Ojeda y Ginés Gorvalán. Estos regresaron con la noticia de que los ríos por los cuales pasaron corrían el oro en abundancia.

El 14 de marzo de 1494, Colón partió con sus hombres hacia el Cibao, pasando por Santiago de los Caballeros y llegando hasta el valle que bautizó con el nombre del Valle de la Vega Real, al cual comparó con el “Paraíso Terrenal”, por su inmensa belleza y su agradable clima.

Colón llegó hasta las márgenes del río Yaque del Norte y su afluente el río Bao, así como por los ríos Yuna, Camú y otros no menos importantes, cuyos cauces arrastraban en sus arenas abundante oro. Estos ríos estaban rodeados de bosques y abundante madera preciosa en condiciones vírgenes.

A partir de ese momento los conquistadores ponen en práctica múltiples sistemas socioeconómicos que privilegiaban el lucro, al margen de toda consideración ambiental, humana o ética, los cuales protegieron con la instalación de diferentes fuertes militares: Santo Tomás, La Concepción, La Esperanza, Santo Domingo, Torre del Homenaje, Torre de Haina, San Felipe, Samaná, San Luis y otros.

La primera medida implantada por los Reyes Católicos en la isla La Española, a través del Almirante Cristóbal Colón, fue obligar a los indígenas a pagar tributos en oro. Así los aborígenes quedaron adscritos al lavado de oro y a las excavaciones mineras. El sistema de tributación impuesto por la corona española a los nativos consistía en obligar a todo aborigen de catorce años en adelante a pagar trimestralmente un cascabel de oro en forma de oro molido o pepitas de oro, si vivían en las zonas auríferas del Cibao o en las inmediaciones de Haina, o en aquellos lugares donde no hubiese ese metal precioso, una arroba de algodón, equivalente a 25 libras.

El 4 de agosto de 1496 el adelantado Bartolomé Colón fundó la ciudad Nueva Isabela, que luego pasaría a denominarse Santo Domingo, al ser traslada en 1502 por el comendador Nicolás de Ovando de la margen oriental a la margen occidental del río Ozama, tras ser destruida por un violento huracán, ubicada en un lugar relativamente muy próximo a las minas que existían en Haina. De este modo se iniciaban en la isla La Española el sistema de explotación aurífera, mejor conocido como la factoría colombina.

El sistema de repartimientos de indios entre los españoles y el sistema de encomiendas fueron puestos en práctica como resultado de la rebelión del Alcalde Mayor de la Isabela, Francisco Roldán, por disposición del almirante Cristóbal Colón en el año 1498, Francisco Bobadilla en 1500 y Nicolás de Ovando el 20 de diciembre de 1503, con la anuencia de la corona española. Esta le dio legitimidad al sistema de encomiendas con la promulgación de las Leyes de Burgos, firmadas por el rey Fernando el 27 de diciembre de 1512 en la ciudad de Burgos, tras el pronunciamiento del Sermón de Adviento del 21 de diciembre de 1511 por parte de Fray Antón de Montesinos.

La puesta en marcha de esos sistemas de explotación contribuyó al genocidio o etnocidio de los pobladores originarios de la Isla en poco menos de 50 años, si se toma en cuenta que la población nativa de esta era de aproximadamente unas 300 mil personas a la llegada de los conquistadores españoles a estas tierras en 1492 y para el año 1548 tan sólo quedaban alrededor de 500, al ser sometidos a trabajos intensivos en la búsqueda de oro y en la puesta en práctica de diferentes sistemas de producción agrícola.

Alrededor de la ciudad de Santo Domingo creció a partir de 1520 y hasta el año 1580 el cultivo de caña de azúcar, base de la nueva economía que surgió una vez se habían agotado las minas de oro, lo que dio origen al surgimiento de 20 ingenios azucareros y 4 trapiches. Esta iniciativa impulsada por los frailes jerónimos, por sus altos niveles de rentabilidad atrajo a los miembros de la clase gobernante y burocrática de la colonia, entre ellos a Miguel de Pasamonte (tesorero), Juan de Ampiés(inversionista), Diego Caballero (secretario de la Real Audiencia), Antonio Serrano, Francisco Prado y Alonso Dávila (regidores), Francisco Tapia (alcaide de la Fortaleza de Santo Domingo), Francisco de Tostado (escribano de la Real Audiencia), Cristóbal de Tapia (veedor) y Diego Colón, gobernador y Virrey de la colonia de Santo Domingo.

El sistema de plantaciones aplicado por los españoles a partir de la segunda década del siglo XVI jugó un papel sumamente dinámico en la incorporación de tecnologías altamente desarrolladas en el cultivo, explotación, acarreo y procesamiento industrial de la caña de azúcar a través de los ingenios azucareros y trapiches. De igual manera, sirvió como eje para la utilización de la mano de obra esclava procedente de África Occidental tanto en las labores agrícolas rudimentarias, semi especializadas y especializadas de la industria azucarera, con lo cual se impusieron mecanismos de sojuzgamiento y explotación humana cada vez más crueles e irracionales.

Con la explotación de las minas de oro, la lata de árboles, la quema de bosques y el establecimiento de la industria azucarera, comienza en la isla de Santo Domingo el proceso de contaminación de las fuentes acuíferas rurales y urbanas y del entorno ambiental, en gran escala.

La ciudad de Santo Domingo inició su proceso de amurallamiento entre los años de 1543 y 1567, lo que no impidió que el corsario inglés Francis Drake la tomara por asalto, la saqueara, la incendiara y obtuviera un rescate de 25 mil ducados desde el 10 de enero hasta el 9 de febrero de 1586. Las obras continuaron hasta muy avanzado el siglo XVII con un despliegue tan amplio alrededor del centro histórico que quedaba un gran espacio libre sin urbanizar dentro de las murallas.

La muralla franqueaba el acceso a la ciudad con puertas que llevaban por nombre la Misericordia (por la ermita próxima que tenía esa denominación), de Lemba (por haber sido colocada allí la cabeza del negro rebelde Sebastián Lemba), de la Atarazana (por ser el astillero en la época colonial) y de San Diego o del Mar, que construyó el afamado cantero Rodrigo de Liendo.

Las murallas tenían varios baluartes, dedicados a San Gil (Matadero), Santiago (Palo Hincado), San Genaro (El Conde) y La Concepción, por el oeste; hacia el norte estaban los baluartes de La Caridad, San Lázaro, San Miguel, San Francisco, San Antón, Santa Bárbara y El Ángulo; por el este, los baluartes de El Almirante, San Diego (avanzado sobre el río Ozama), El Invencible, la Fortaleza con la Torre del Homenaje y el fuerte de Santiago; y, por el sur, los de Santa Clara, San Fernando, San José y Santa Catalina.

El intercambio ilegal de cuero de ganado y otros productos tropicales por productos manufacturados provenientes de Europa que desarrollaban los habitantes de las bandas Norte y Oeste de La Española a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII con piratas, corsarios y otros lobos de mar enemigos de España, procedentes de Holanda, Inglaterra, Francia y Portugal, les abastecían de harina, vinos, textiles, herramientas de trabajo, armas, cerámicas y de esclavos negros traídos de África Occidental o raptados en otras colonias.

La generalización de ese tipo de comercio clandestino en las costas de las bandas Norte y Oeste llevó al rey Felipe III, tras la muerte de su padre Felipe II, a tomar la infausta determinación de autorizar el más grande ecocidio o crimen ecológico contra los recursos naturales y el medio ambiente efectuado en la Isla de Santo Domingo o La Española, conocido popularmente como las Devastaciones de Osorio de 1605 y 1606 o el Gran Incendio, afectando así a las poblaciones de las comunidades de Monte Cristi, Puerto Plata, Bayajá, La Yaguana, San Juan de la Maguana, Santiago y Azua. Los habitantes que vivían en estas comarcas fueron establecidas en las inmediaciones de la ciudad de Santo Domingo, en nuevas villas construidas para tales fines: así los habitantes que anteriormente vivían en Bayajá y La Yaguana fueron asentados en lo que hoy es Bayaguana y los habitantes procedentes de Monte Cristi y Puerto Plata fueron alojados en lo que hoy conocemos como Monte Plata.

Esa acción fue un atentado inmisericorde e irreparable contra la biodiversidad vegetal y animal que se desarrollaba en esos lugares e implicó un desarraigo violento y abusivo de los pobladores de su hábitat natural. Esta medida posibilitó a corto, mediano y largo plazo que los gobernantes y habitantes de la Isla Tortuga se fueran estableciendo progresiva y sistemáticamente en las tierras devastadas de la parte occidental de la Isla de Santo Domingo, en tanto le estaba prohibido o vedado a los habitantes de la parte oriental traspasar los linderos establecidos, so pena de pagar el desacato hasta con su vida. Pasados los años, Francia estableció allí una de las colonias más prósperas de todo el mundo, con el establecimiento de un sistema de plantaciones de caña de azúcar, café, tabaco, cacao, añil, campeche, cañafístola y otras, que tenía como sustento la mano de obra de casi medio millón de esclavos de origen africano.

Entre los siglos XVII, XVII y la primera mitad del siglo XIX, el sistema del hato ganadero fue lo que prevaleció en la parte oriental de la Isla de Santo Domingo, consistente en una unidad basada en la combinación del trabajo de propietarios libres con el de trabajadores esclavos, como elemento fundamental, cuya característica principal estaba relacionada con la posesión de miles de tareas de tierras de bosques y pastos, así como de una gran cantidad de cabezas de ganado vacuno, porcino, caballar y de otro tipo. Esta unidad productiva era de tipo extensiva, lo que nos permite afirmar que los recursos de la naturaleza eran poco aprovechados y la fuerza de trabajo estaba integrada por personas libres y esclavas.

Otro sistema económico importante implementado entre los siglos XVI, XVII, XVIII, XIX y XX en gran escala fue el corte de madera preciosa para la exportación a Europa y los Estados Unidos, pasando a constituirse en una actividad mercantil de carácter intensivo del gobierno francés de Louis Ferrand de 1804 en adelante, constituyéndose en su principal fuente de ingresos.

Ese proceso se llevó a cabo en las principales provincias costeras de la Línea Noroeste, del Sur, del Este y de la zona mediterránea del Cibao, lo cual dejó secuelas irreparables para el ecosistema nacional. Desde entonces, algunos árboles endémicos o nativos como la caoba, la cuaba, el cedro, el guayacán y el ébano verde, entre otras, pasaron a engrosar las filas de especies vegetales en peligro de extinción, quedando tan sólo las zonas desérticas y semidesérticas de bosques secos y xerófilas del Cibao occidental y el Suroeste. Este hecho ha incidido negativamente en la permanencia y reproducción de las faunas propias de aquellos lugares donde se hacían las talas indiscriminadas de bosques, ya que de más en más se han vistos expuestas a las inclemencias del clima tropical.

Aunque el campesinado de la parte oriental de la Isla de Santo Domingo comenzó a conformarse a partir del siglo XVII, es con la abolición de la esclavitud primero ejecutada por Toussaint L’Ouverture en 1801 y nuevamente con la abolición de la esclavitud efectuada por Jean Pierre Boyer en 1822, cuando se puede hablar de la clase campesina en el territorio dominicano. Este sistema basado en la pequeña y mediana propiedad de la tierra, la producción artesanal y el comercio a pequeña y mediana escala es lo que se conoce el modo de producción mercantil simple, el cual mantuvo predominancia desde 1822 hasta finales del siglo XIX, cuando las relaciones capitalistas lograron la supremacía económica y social en la República Dominicana.

El sistema de la pequeña y mediana propiedad de la tierra contribuyó en gran medida al proceso de desertificación de gran parte del territorio dominicano, ya que muchos campesinos utilizan la tala y quema de árboles para hacer sus siembras, provocando así elevados niveles de deforestación que inciden significativamente en la erosión del suelo. De igual manera, durante muchos años se utilizó la madera dura para la fabricación de carbón vegetal, contribuyendo así a la deforestación de nuestros bosques, colinas, montañas, sierras y cordilleras.

En la segunda mitad del siglo XIX se reinició la explotación minera de cobre, ferroníquel, bauxita, mármol, carbón mineral, plata y oro en todo el territorio dominicano, lo cual se profundizó durante la dictadura del general Rafael Leónidas Trujillo, el gobierno de los 12 años del doctor Joaquín Balaguer, así como en los sucesivos gobiernos del PRSC, el PRD, el PLD y el PRM, donde los ríos, lagos, lagunas, bosques, montañas y sierras se contaminaron enormemente por la falta de estudios de impacto ambiental, la destrucción de áreas protegidas, el vertido de cianuro y de otros químicos peligrosos en aguas y tierras de cultivos, disminuyendo con esto de manera la agricultura y la ganadería en sus alrededores.

En las últimas décadas del siglo XIX nace la industria azucarera moderna de la República Dominicana de la mano de inversionistas extranjeros cubanos, italianos y norteamericanos, contribuyendo así a hacer predominantes las relaciones capitalistas de producción, las cuales traen consigo una mayor irracionalidad en uso de elementos contaminantes para el medio ambiente y los recursos naturales.

Los vertidos de desechos sólidos y líquidos de los ingenios azucareros, de las industrias licoreras y cerveceras, de las industrias petroquímicas, de las industrias textiles y manufactureras de todo tipo, así como de las fábricas de cementos y asbestos, casi siempre instaladas a orillas de ríos navegables o de la mar, elevaron los niveles de contaminación que ya venían generando algunas pequeñas y medianas industrias que desde décadas anteriores se habían establecido en las inmediaciones de los acuíferos urbanos y semiurbanos.

El proceso acelerado de urbanización que sufrió el país entre los años 1935 y 1960 se puso en evidencia en el crecimiento de un 6.8% anual de la población de la ciudad de Santo Domingo contra un 3.23% del resto del país y un 4% de Santiago de los Caballeros. A partir de la década de 1950 el dictador Rafael Leónidas Trujillo ordenó la construcción de los ensanches Luperón, La Fe, Mejoramiento Social, María Auxiliadora, Ozama y Los Mina, muchos de ellos destinados a militares y empleados públicos como forma de dar solución a las necesidades habitacionales de esos sectores sociales.

Con el ajusticiamiento de Trujillo se abrieron las compuertas migratorias, lo que unido al proceso de industrialización creciente y a la falta de planificación del crecimiento de las ciudades, hizo posible el asentamiento humano en zonas no urbanizadas, que a partir de entonces reciben el nombre de barrios populares, procediendo así a arrabalizar los entornos de los ríos más importantes de las ciudades y las zonas sub urbanas, como el Ozama, Isabela, Yaque del Norte, Yuna, Camú, Haina, Yaque del Sur, Higuamo, San Juan  y otros, convirtiéndolos progresivamente de ríos con aguas cristalinas y aptas para el consumo humano, en las cloacas contaminadas y contaminantes que son en la actualidad.

Esperamos que todos los dominicanos y todas las dominicanas que amamos a nuestro país y al planeta tierra, continuemos empoderándonos de la problemática ambiental y de la defensa de los recursos naturales para hacer posible una República Dominicana y un globo terráqueo verdaderamente verdes, sostenibles, saludables y llenos de prosperidad.

Referencias Bibliográficas

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